.




sábado, 22 de noviembre de 2014

Ernesto

Hola.

Lo estoy haciendo, puede que sea el buen animo o el hecho de que no tengo absolutamente nada hasta dentro de una semana y media, pero lo estoy haciendo y en menos de una semana, creo que podría decirse que he vuelto.

Hace un tiempo tuve la idea de escribir sobre esto, pero tenía también tantas otras ideas que con las semanas se me empezó a olvidar, y cuando lo quise hacer, una parte de mi tenía miedo de que no pudiera funcionar o que pasara algo, ya saben, por ese miedo de que las cosas cuando se comparten muy temprano a veces no resultan... bueno, tras un par de meses, creo que ya ha pasado el tiempo suficiente.

ERNESTO

No creo que sea muy importante ni la gran cosa, tampoco creo que sea una "sorpresa" porque creo haber escrito al final de alguna entrada cuando ocurrió el milagro, pero bueno, supongo que mientras no haya hecho una entrada como es debido, aún puedo ocupar el recurso de seguir hablando del tema, ¿no lo creen?

La vida del hijo único no es algo fácil. Muchos piensan que es perfecta, que uno literalmente tiene todo a su disposición, no tiene que hacer nada más que existir, es libre de cometer todos los errores del mundo y pedir todas las cosas que quiera, y bueno, si bien en parte eso es cierto, muchas son las otras cosas que lo hacen "no la cosa más feliz del mundo".

Uno inventa las vidas de sus juguetes, los amigos imaginarios a veces son tantos que se te llegan a confundir y las pocas horas que puedes convivir con otros seres humanos de tu edad suele ir acompañadas de un montón de condiciones y retos paranoicos por los riesgos de una vida normal, cosa que una madre sobre preocupada jamás querrá para el fruto de su vientre, así... el gran alivio para todos los que conocemos las mil formas de morir (del aburrimiento) siendo hijo único son las mascotas, pero resulta que en mi caso personal, incluso eso era algo demasiado peligroso como para exponerme... hasta los monumentales 23 años de edad.


Llegó un día de Septiembre, cuando yo estaba pidiéndole al cielo morir por la resaca de un cumpleaños del que ya casi no me acuerdo nada y que dejó chistes internos que hasta hoy día me persiguen. La primera señal fue un llamado telefónico que siendo en la "mañana" -dosdelatarde- y con el dolor de cabeza aún naciendo, me hizo pensar que era una broma. Después llegaron fotos, de muchos perritos, todos distintos, entonces pensé que era otra de las bromas crueles de mi mamá y su pareja (son cosas normales que tanto ella como yo usualmente hacemos), entonces le dije que no me molestara y corté. Eso fue todo lo que supe de ella.

Pasó el día, la tarde y mientras ordenaba los sillones que en la noche empujé por mis carreras al baño, me acordé de las fotos de perritos en mi celular y me dio tanta rabia que empecé a pensar en las venganzas posibles para mi mamá cuando escucho que suena la reja... suena la puerta y sonaba algo más (normalmente solo son esos dos ruidos antes del "hola"), ¿eran como rasguños? ¿acaso mi mamá tenía ganas de ir al baño y no podía abrir la puerta? no, no era eso... eran mini patitas en una casa y mientras lo empezaba a sospechar lo escuche, ¡ERAN AULLIDOS! 

Se abrió la puerta mi mamá entro y con ella, la bola de pelos más negra, chica y gorda que he visto en mi vida. Yo no lo podía creer, era probablemente la cosa más surrealista que había pasado en mucho tiempo en mi vida, no entendía cómo podía ser - porque no sé si lo conté, pero mi mamá andaba en Santiago... ciudad a 3 horas de la mía-, todo esto pasaba sin siquiera saludarnos o algo, yo solo tenía a esa pelota en mis brazos y bueno... aunque olía mal (porque en 3 horas de viaje se había hecho del número dos), yo ya la quería mucho.

La primera semana fue mortal, los primeros días llegaba a fantasear con:
1- Tener al menos 3 horas decentes y corridas para dormir, o
2- Subirme al último piso del costanera center y dejarlo caer.

No pasó ninguna de las dos y aunque muchas veces pensé en abandonar este mundo por el estrés psicológico de tener algo que dependía casi cien por ciento de mi, la bola de pelos sobrevivió. Empezaron a pasar las semanas, lentamente hacía menos y menos "gracias" dentro de la casa, porque me pasaba mucho rato con él afuera o porque a la primera señal de incomodidad le abría la puerta. Mi mamá lo empezó a amar, tratar como su segundo hijo y con el tiempo, cada vez que me llamaba preguntaba primero por él que por mi.

Al primer mes aprendió a hacer en el patio, al segundo a no entrar al living si no lo dejábamos y a subir la escalera (aún no aprende a bajarla... no sé porqué les cuesta tanto eso), al tercero a sentarse y dar la mano, y en éstas últimas dos semanas... a aprendido a des-aprender todas esas cosas cuando del otro lado hay un peluche, comida o alguno de los dos -mi mamá o yo- y quiere jugar. A pesar de todo eso lo queremos, no sé como... pero lo queremos.

Me cuesta decir y dar entender lo raro que se siente todo esto, incluso para escribirlo cuesta, como dije antes, los hijos únicos somos seres bastante especiales, casi siempre buenos amigos o personas con mucha imaginación, físicamente inútiles y mentalmente muy independientes, nos guardamos mucho las cosas y a veces cuesta comprometerse con las cosas que no tienen relación con uno, porque eso de vivir sin un partner y que la atención de todos esté siempre en ti te hace un poco -bastante- individualista, aún así... a veces pasan estas cosas que te hacen tirar todo por la ventana más grande de tu casa.

Ahora en mi casa todo es diferente, para bien o para mal ya no somos dos seres en la casa, ahora está el Ernesto (así se llama), el perro que 5 meses antes de tener soñé, que fue tan real que se lo conté a mi mamá y me lo creyó, que no sabía porqué pero se llamaba Ernesto, se veía como Ernesto, jugaba como Ernesto y era idiota como Ernesto... así es mi Ernesto, se me tira encima y marca sus patas en mi ropa recién lavada todos los malditos días de la semana, ladra cuando lo reto, cuando no lo tomo en cuenta y cuando juego con el. Me quita el celular con sus patas y me deja los brazos marcados como si viniera saliendo de una depresión en la cárcel, le gusta que lo rasque atrás de las orejas y que le tome las patas para bailar Passion Pit, odia mi voz y siempre que canto o sale corriendo... o simplemente se hace el dormido, bota todo y creer que es un juego eso de echarse todo a la boca y que yo se la abra para sacárselo. Su pasión número uno es cazar polillas y mirar por la ventana... finalmente, es el perro más porfiado y menos perro del mundo, pero aún así... nos ama y enloquece cada vez que llegamos a la casa, mientras nosotros por otro lado... también lo amamos y enloquecemos cada vez que hace algo que no había hecho antes. 

Me despido en un huracán de rapidez, como se podrán haber dado cuenta, entre lo que empecé a escribir esta entrada y ahora ha pasado al menos una semana, no diré que fue la universidad o la vida, porque la verdad, ha sido pura y simple procrastinación. Tal vez porque no quería pasarme o frenarme demasiado con lo que para aún es un tema importante, o tal vez... porque simplemente hacía mucho calor para sentarme y estar una hora completa escribiendo en el computador, quien sabe. Me despido con la canción de la entrada, que si bien no tiene mucho -nada- que ver con el tema, al menos fue EL tema que puse en repetición mientras escribía los últimos párrafos, es de un artista "nuevo" y bueno, a mi me gusta mucho, lo encuentro decente y con un poco de suerte, a lo mejor le puede gustar a alguno de los que lea esto.

Hasta cuando tenga que ser...



No hay comentarios:

Publicar un comentario